La afectividad…preciosa palabra y cuanto engloba. Nada más nacer es lo primero que reclamamos, aquello que consigue calmar nuestro llanto y cuando el bebé se hace niño, aminora el dolor de cualquier herida. Aun en esa etapa de nuestra vida, en la cual la pasión pareciese invadirlo todo, seguimos buscando el afecto en aquel que nos ofrece su pasión.
Esa alegría desbordante que siente padre o madre cuando un hijo corre hacia sus brazos, el calor que invade al niño ante el cobijo de sus padres, sentir que un simple beso o caricia hace vibrar tu corazón, calmar tus temores…
Saberse portador de afecto ante quien lo demande alimenta el alma tanto o más que recibirlo. Y es que si damos probablemente recibiremos, si cosechamos tendremos alimento. Da igual si recibes tanto o menos de lo que das, si siembras ten por seguro que surgirán brotes para tu propio sustento.
Se afectuoso siempre que puedas, aunque en ocasiones duela el rechazo de aquel que no te comprenda. Porque siempre vas a encontrar quien con su cariño borre cualquier herida surgida.