Felicidad, placer… Generalmente, actos tan sencillos como mantener un manuscrito entre las manos participando de lo leído, observar en silencio la luz de una vela o escuchar el mar en calma nos aportan el mejor momento de felicidad.
En el fondo solo es necesario llegar a saborear nuestra paz interior. Sin embargo nos empeñamos en llenar nuestro día con sonidos taladradores, inquietudes que suenan a impaciencia, torturas que suenan a culpa por el temor a no llegar, a no alcanzar a tiempo el objetivo establecido.
Cuan torpes llegamos a ser al no entender que una mente tranquila en sus análisis llega antes y con mejor salud anímica al objetivo final.
Busquemos momentos de felicidad al día, momentos que calmen nuestra mente,
momentos que relajen cada músculo, dejémonos llevar por esos instantes de paz sin sentir culpabilidad. Dejemos a un lado esa sensación de culpabilidad por robar horas al día para el propio placer, porque será ese placer el que nos de ánimos para seguir, el que nos lleve a ver que la felicidad está latente en los pequeños actos de nuestro día a día, aunque tan solo la toquemos por momentos.