Me escribiste perfecta.
Atendiendo a tu beso pensado,
a la caricia anhelada.
Pues mi razón y deseo
eran tu razón y tu deseo.
Me escribiste eterna.
Compañera infatigable,
indiscutible creyente de tus dogmas,
dadora incansable ante tus caprichos,
cómplice permanente de tus fantasías.
Pero, mientras me escribías,
tú pluma me insufló corazón.
Ese que atendía besos y caricias,
pero no veía dogma en cuanto decías.
El que opinaba callado ante caprichos y fantasías.
Me escribiste perfecta, eterna…
ahora, no olvides escuchar a mi corazón.
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Autor: Sole Moreira
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