Desengaños, desilusiones…trocitos de ti que se van quedando por el camino si te permites sentir la vida.
Y por más que digas «No quiero sufrir», es inevitable no hacerlo cuando te entregas.
Nosotros solo podemos jugar con los tiempos, acortar el período de dolor. Porque curiosamente duele más vislumbrar el final que llegar a él.
Cuando aceptas la desilusión, luchas por superarla. Mientras mantienes la esperanza, te aferrar a ella
omites el puñal que cada negativa, cada silencio, clava en tu interior.
Una vez dices adiós, no hay tiempos muertos, incertidumbre… solo imágenes, palabras que quieres creer ciertas en el momento que fueron dichas. Y poco a poco te permites recordar buenos momentos, te auto impones rellenar los espacios vacíos, recobrar la fortaleza, la seguridad en ti mismo.
Mientras te niegas la despedida…el mutismo, el no saber si estás, atraen a la incertidumbre y con ella el desasosiego, la búsqueda del por qué. Desaparece la alegría de lo vivido… te fuerzas a seguir sonriendo, mientras mides tus palabras, tus actos.
Prefiero decir adiós a tiempo, despedirme antes que anularme. Porque…a pesar del vacío, del sentimiento de fallo al perder, seguiré siendo yo. Sin temor, sin dudas…sin permitir que el posible fallo consiga que no crea en mi.
Aceptaré que vivir, amar, sentir… puede llevarte tanto a la felicidad como al dolor. Pero no dejaré de vivir amando cada instante, sintiendo lo que expreso.