Mi forzada marcha fue el pretexto perfecto, la mejor excusa que podías darte para decirme adiós. En realidad fue el pánico al después, a lo incierto del futuro y la ausencia del amor de aquellos primeros días, quienes te llevaron a tomar tal decisión.
Es tan fácil destrozar una vida…Pero, así como tú has reconstruido la tuya, a día de hoy me siento capaz, con la suficiente fuerza y determinación para dar un nuevo sentido a la mía.
Se acabó la etapa de reproches, el momento de purgar penas. Adiós a todo llanto que el pasado pudiera provocarme.
Atraparé el que creo mi último tren hacia la esperanza, desarrollando el don de la paciencia, dando pequeños pasos cada día hacia el vivificante rayo de sol que ha entrado hoy por mi ventana.
Me aferraré a cuanto queda de lo que alguna vez he sido, practicando la lección aprendida con cada fallo, rememorando lo bello y querido cuando sienta desvanecerse mis fuerzas durante el camino.
Llenaré mi maleta con todo ello, mi vieja mochila con nuevas ilusiones… y tomaré el tren de ida sin retorno con la esperanza de disfrutar el nuevo horizonte.
No permitiré al desánimo volver a ocupar mi mente, por no saber de antemano la estación de destino. Tomaré ese tren disfrutando del paisaje cambiante a su paso, seguro de ir camino hacia mi nueva vida.