Tú, yo y este desastre de país 2

El viernes, la carga de trabajo resultó más pesada de lo habitual, pero había llegado la hora de poner rumbo a Asturias. Aunque en un principio, la pelea con sus vaqueros aumentó su desánimo; la vida sedentaria comenzaba a hacer mella en su cuerpo, (algo tendría que hacer con esos tres kilos de más, pensó tras ponerse una camiseta blanca, lo suficientemente holgada como para disimular la incipiente lorza que asomaba por encima de la cintura del pantalón), ya estaba lista para tomar carretera y tras asegurarse de que todo quedase en perfecto orden, Ana tomó con satisfacción su pequeña bolsa de viaje.

  • Ok. ¡¡Buen viaje!!- se deseó con efusividad antes de arrancar el coche.

Perderse entre el paisaje de la montaña era algo que disfrutaba sobremanera, tanto las montañas repletas de vegetación como las rocosas y grisáceas, con sus majestuosos desfiladeros, eran armónico descanso para su vista y su mente. El pantano de Luna estaba precioso después de la nieve y las lluvias invernales. Era primavera, junto con el otoño, su estación favorita, días en los que todo renace, vegetación floreciendo en un respetuoso saludo al sol.

  • ¡¡ESPERANZA!!- protestó, despertando de la ensoñación que le generaba el paisaje, al recordar la desastrosa situación del país.
  • No empieces… relaja- la amonestó su voz interior.
  • Si hombre, me voy a poner a hacer yoga ahora mismo en el coche- rezongó, y cómo protesta, pisó un poco más el acelerador.
  • Yoga no, pero ponte… Enya. Mejor aún, pon rock duro y cómete el mundo- le aconsejó ese diablillo que todos llevamos dentro y que, en el caso de Ana, llevaba días gritando, luchando por tomar las riendas de su vida.

Decidiéndose por Enya, Ana, sin detener la marcha, retomó sus analícos pensamientos. No le vendría mal una buena dosis de esperanza a cada español, a todo ciudadano del mundo; caos económico, pobreza, desilusión, ansiedad… ¿cómo culparles de olvidar el positivismos?. El munco gritaba un enmudecido auxilio, al tiempo que vivía en pasiva aceptación; salvo Francisco (pensó divertida) la personificación del optimismo.

A Ana todavía le faltaban 45 minutos de viaje cuando Fran, Luci y Alberto se disponían a instalarse en sus respectivas habitaciones del pequeño hotel situado frente a la playa.

  • Luci, tu habitación y la de Ana es la 203. Nosotros estamos en la 204, si sales a la terraza podría decirse que estamos en la misma- puntualizó Fran con un pícaro guiño, al tiempo que Luci tomaba la llave de sus manos para, acto seguido, dirigirse al ascensor escoltada por los chicos.
  • Muy bien ¡a inspeccionar!- exclamó ilusionada Luci, nada más cerrarse las puertas del ascensor- ¿Habrás acertado con el hotel, o tendré que sermonearte si no me gusta?- preguntó directamente a Fran, cambiando la sonrisa anterior por un gesto de preocupación.
  • ¿Ya vais a empezar?- les advirtió Al, justo cuando se abrían las puertas del ascensor en la segunda planta- Quiero paz colegas, dejad los roces entre convivientes para vuestro apartamento en Coruña- puntualiza sin ocultar que los susodichos roces le divertían.
  • ¡¡Oooh mamá, venga ya!!- se burla Fran- Entra- la invita jovial, nada más llegar a la habitación 203, chocando sus caderas tras abrirle la puerta- Te damos media hora de soledad reparadora- matiza con un guiño- luego te quiero abajo, tomaremos algo en la cafetería mientras esperamos a Ana.

A las nueve, hora prevista, Ana está aparcando su Lancer blanco frente a la terraza que daba la bienvenida al hotel. Aquel lugar tenía encanto, pensó echando un vistazo a su alrededor nada más bajar del coche; su hermano, el jovial chico de ciudad, sabía como desconectar.

  • Está prácticamente vacío- murmura mientras abre el maletero- ¡No me extraña, la gente no tiene un duro!- concluye cabreada.
  • Ana, para ya- le ordena su vocecilla interna.
  • Hummm… de acuerdo, pero es verdad- protesta antes de cambiar su semblante de preocupado a neutral- Hay que reconocer que este hotel en medio de la cala, rodeado por alguna que otra casa diseminada en la ladera de la montaña, tiene su punto. Me prometió que desconectaría y…- su divagación fue interrumpida por una voz que conocía a la perfección.
  • Hola guapísima, siempre puntual. Deberías contagiarle esa buena costumbre a Francisco- puntualiza Luci entre risas, acortando la distancia entre ambas- El pobre se esfuerza, pero no hay manera- admite rendida ante la evidencia; llevaba años escuchando la firme promesa de Fran de llegar puntual, pero era imposible que llegase a cumplirla alguna vez- ¿Será genético? tu mami es igual- recuerda justo antes de asaltarla, literalmente, con uno de sus súper abrazos y dos efusivos besos. Típico en Luci, una persona muy cariñosa e impulsiva que se aferraba a sus amigos con uñas y dientes.
  • ¡¡Mi morena favorita!!- celebra Ana, regalándole la misma efusividad que Luci le estaba brindando con su abrazo- Que ganas tenía de verte- acepta complacida de tener nuevamente a su lado a aquella morena de mirada analítica, estatura media y complexión sumamente delgada, vestida con una de sus queridas minifaldas negras y una camisa blanca de hilo- ¿Me echas una mano con esto?- le pidió señalando el equipaje.
  • Ana, ¿El portátil?- la reprende Luci, con los brazos en jarras en señal de reprobación y el gesto interrogante de su mirada- No tienes remedio. Deja, ya subo yo todo esto a la habitación- decide Luci, apoderándose de la bolsa de viaje y el maletín de trabajo- Ve con tu hermano, está deseoso de abrazarte- puntualiza con un cariñoso gesto- Lo encontrarás en la terraza con Al, subiendo la escalinata a la derecha.
  • Gracias Luci, la verdad es que me muero por darle un achuchón. Y también de sed- añade bromista. Repentinamente detiene su avance hacia la escalinata, su expresión vuelve a denotar seriedad, volviéndose hacia Luci le pregunta- ¿Cómo va la librería?
  • Sin comentarios. Cómo esto siga así voy a tener que sentarme contigo a estructurar un nuevo plan de negocio- la avisa e invita, dejando por un momento la bolsa de viaje en el suelo para estrecharla con el brazo libre- Me temo que ya es hora de modificar el concepto de librería como tal- el semblante de la pequeña «bióloga-librera», como la llamaba Fran, se tornó serio, tomo aire, cerró los ojos y acto seguido una pícara sonrisa volvió a asomarse a su rostro- Pero ya hablaremos de ello, ahora a desconectar- le ordena-. Me parece que a todos nos hace falta un balón de oxígeno- tras mirar a su alrededor, gritó al viento- Fuera preocupaciones. Y a disfrutar de lo que queda de este viernes y ¡toooodo el sábado!
  • Cuenta con ello canija. Con la ayuda y con el balón de oxígeno- especificó sonriente al tiempo que subían la escalinata.

En cuanto vió a Fran su cara se iluminó con una sonrisa bobalicona; no podía evitar que se evidenciara su adoración por él. Su hermano era como un amoroso osito de peluche de pelo castaño con brillos dorados, de mirada revoltosa y alma de niño. Ana tampoco podía ocultar la ternura y el amor, que surgía de muy adentro, cada vez que, aquel adicto a los vaqueros rotos y jerseis de cuello en pico, la premiaba con su presencia. Eran hermanos, amigos, confidentes. En verdad ambos habían tenido mucha suerte con su familia; cuatro personas que cuando venían mal dadas tenían la fuerza de cien.

  • ¡ Mi hermanita!- gritó Fran, nada más verla, levantándose para acogerla entre sus brazos y regalarle un par de giros al vuelo- ¡El revoltijo cerebral más sexy que hay en la tierra! ¿A que tengo razón, Alberto?- pregunta, todavía eufórico.

Al se mantuvo callado, tan solo los observaba. Eran escasas las ocasiones en que había coincidido con Ana, pero todas ellas permanecían grabadas en su retina. La hermana de Fran jamás lo dejaba indiferente, esa chica tenía algo, el qué, no lo sabía, de lo que sí era consciente era de ese algo indeterminado que se movía en su interior cada vez que la tenía cerca. El día que se le ocurrió sincerarse con Fran sobre ese tema, este se limitó a mirarle con picardía y emitir un analítico y complacido ¡Bueno, bueno!. Ahora, si no quería parecer descortés, adjetivo que no iba con él en absoluto, tenía que abandonar su reflexión y unirse a los hermanos Moreno.

  • Ana- la saludó tras levantarse, al tiempo que le brindaba su mano para invitarla a tomar asiento, una costumbre innata en él- siempre es un placer verte.
  • ¡Qué sorpresa!- se apresuró a puntualizar, regalándole una sonrisa mientras se acomodaba en la silla- No pensé que Francisco consiguiera arrastrarte hasta aquí, me alegra verte. Sé bueno y pídeme una coca-cola light- pidió a su hermano- me muero de sed- acto seguidó sacó de su bolso la pitillera para fumarse uno de los diez pitillos que se permitía al día; poco a poco conseguiría dejar de fumar.
  • ¡Sí chatina, pero no con el estrés que traes encima! – le advirtió sin demora su yo sensato. Esa voz interior comenzaba a ser un verdadero incordio, o se ponía las pilas o la bruja sabionda que llevaba dentro dominaría sus días.
  • Ya conoces a tu hermano, es difícil decirle «no»- aceptó en tono desenfadado.
  • ¡Ese es mi hermano!- se congratuló, sin poder evitar que asomara a sus ojos el amor fraternal que los unía.
  • Pero además, para serte sincero, este es el tipo de escapadas que más disfruto- puntualizó alzando su botellín a modo de brindis para, acto seguido, dirigirlo hacia el paisaje que los rodeaba .
  • ¡Bendita tranquilidad!- celebra Ana, tras improvisar una tumbona con la silla que tenía en frente y centrar su mirada en el mar.

El momentáneo silencio se desvaneció con la llegada de Luci y Fran. Mientras Ana seguía la fluida conversación que mantenían estos dos, Alberto, a pesar de responder a las risas y bromas de los demás, centraba su atención en cada gesto y respuesta de Ana.

Se sentían tan complacidamente perezosos que no dudaron en pedir algo para cenar en la misma terraza; la temperatura era muy agradable para ser primavera.

¿Para qué movernos si estamos tan a gusto?, había dictaminado en tono práctico Fran.

Las vistas eran impresionantes, una pequeña cala con dorada arena fina, un mirador de madera delimitando un jardín desde el cual podías recrearte en el ir y venir de las olas… Cuando estaban con los cafés, Luci propuso acercarse a Gijón; algo de buen ambiente nocturno, una copa… Tenía ganas de marcha, desentumecer la musculatura y quemar las calorías de la cena meneando el esqueleto. Cómo era habitual, Fran se sumó a la propuesta de inmediato, pero tanto Ana como Alberto declararon no sentir curiosidad por un Pub lleno de gente, a ambos les atraía la idea de explorar las laberínticas calles del pueblo y saborar la nocturna tranquilidad de la cala.

El destino, las circunstancias…vete tú a saber el qué, el caso es que por fin Alberto tenía la oportunidad de conocer a la mujer que se escondía detrás de la hija con mayúsculas, y esa idea no le desagradaba en absoluto. Esa chica morena de ojos verde musgo, tenía una mirada que magnetizaba, su metro sesenta de estatura lo animaba a protegerla y la aureola de soledad que flotaba a su alrededor lo incitaba a entrar en su mundo, quería compartir su soledad. Esta era su oportunidad y no la desperdiciaría.

El pueblo era muy pintoresco, personalizadas casas de piedra de una o dos alturas con amplias ventanas adornadas con contraventanas de madera. A pesar de la oscuridad, se podía ver cómo salía el humo de las chimeneas y la Ana amante de la jardinería, aunque no conseguía distinguir bien la distribución de los diversos jardines, se dejaba llevar por los diversos aromas hasta adivinar algunas de las plantas que crecían en los mismos, jazmín chino, tulipanes, alhelíes, clemátides… . Casas de piedra y frondosos jardines diseminadas por la ladera de la montaña simulando un cálido saludo a cuanta historia perdida traía el mar.

El silencio acompañado por la melodía del oleaje, la luz tenue de las callejuelas y el olor a mar y flores, consiguieron sosegar poco a poco el dilema interno de Ana, hasta el punto que finalmente pudo apreciar lo cómoda que se sentía paseando sin rumbo con Alberto al lado, era como si cada uno estuviese en un mundo aparte y aún así se sentía acompañada. No había conversaciones forzadas, sonrisas porque sí, no, no existía la necesidad de buscar la palabra adecuada, de mantener formalismos y poses, todo lo contrario- ¡curioso! apreció Ana, porque a pesar de ello se sentía acompañada ¡muy bien acompañada!

Aunque jamás lo había admitido en voz alta, lo cierto era que la presencia de Al no le era indiferente, todo lo contrario. Por supuesto que su aspecto no pasaba desapercibido para nadie: un hombre alto, fuerte pero sin llegar a ser la imagen de un amante de la alterofilia, elegante en modos y presencia. Lo cierto es que Ana se perdía de manera inconsciente en la profundidad de la mirada de aquellos ojos azul grisáceo enmarcados por espesas pestañas, en la seguridad que le brindaba la expresión de firmeza de su semblante y su apretón de manos; unas manos finas, de dedos largos y tacto suave, que cuando las estrechó por primera vez agudizaron su sistema nervioso; en más de una ocasión había soñado despierta con ellas en el porche de su casa. Pero hasta el momento nunca se había permitido estar a solas con él, cómo ahora, no podía evitar sentirse desnuda ante su mirada y eso la incomodaba, de algún modo traspasaba el hermetismo que Ana utilizaba como arma de defensa ante aquellos que no formaban parte de su círculo, por ello fue gratificante comprobar cuanto disfrutaba de su compañía.

Alberto, que caminaba unos pasos detrás de ella, salió de su propio ensimismamientos y la llamó

  • Ana, ¿Te apetece tomar algo en la sidrería que está junto al acantilado?
  • No… no estaría mal- respondió tras sobresaltarse; Alberto tenía un tono de voz profundo y la había pillado desprevenida- Pero casi prefiero dar un paseo por la playa- especificó casi rozando la timidez ¿Por qué su corazón se había puesto a tamborilear cual festivo villancico con solo escuchar su nombre de boca de Alberto?
  • ¿Qué pasa?- quiso saber, ante el evidente estado de inquietud que mostraba Ana en aquel instante. Al le tomó la mano e hizo que lo mirara- ¿Todo bien?
  • Sí, sí. Estaba absorta en mis pensamientos, nada más- Ana suspiró, se encogió de hombros y una sonrisa fue apareciendo poco a poco en su rostro mientras observaba a Alberto.
  • Ok. Vamos pues a explorar la playa- Al frunció el ceño en actitud pensativa mientras tomaban el camino a la playa- Por cierto, Fran me comentó que necesitas evadirte un poco… pero si además necesitas un oído dispuesto a escuchar, estoy aquí- Háblame- la invitó. Me gusta lo que veo pero no lo que percibo, pensó.
  • Te lo agradezco, de veras- Ana gesticuló con la mano que tenía libre como queriendo deshacerse de sus preocupaciones- pero podría llegar a aburrirte si suelto todo lo que llevo dentro ahora mismo.
  • ¡Por favor, abúrreme un poco!- la animó apretando la mano, con la cual la agarraba, mientras le ofrecía una media sonrisa.

Ana… ¡¡NO SERÁS CAPAZ!! disfruta de tan agradable compañía, dale una alegría al cuerpo, haz un poco el cabra, vuélvete loca por una noche. Ahora se hacía presente su yo diablesco, el que faltaba en esta excursión, pero Ana decidió omitirlo, igual que hacía con su yo angelical.

  • ¿Nunca te has sentido incomprendido hasta el punto de auto-cuestionar tu verdad?- preguntó Ana encogiéndose de hombros en señal de impotencia- Tener clara la vía más factible para llegar a la resolución de un problema y ver como esta es rechazada sin más.
  • Sí…- el doctor Caballero, no pudo evitar lanzar un resoplido- Llámalo proceso de aprendizaje, de madurez… Creo que todos pasamos por ello alguna que otra vez y está en nosotros el determinar si en verdad merece la pena defender esa idea. Si es así, hay que buscar el camino correcto para que los demás vean lo que tú estás viendo y a ellos se les escapa- El momentáneo silencio que se instaló entre ellos, lo llevó a recordar como lo atraía esa mujer. Las manos de Alberto querían abrazar, acariciar, pero no había lugar para ello en ese instante, así pues, para evitar tentaciones decidió soltarse de Ana y meterlas en los bolsillos.
  • En este caso es complicado. Créeme- esa voz denotaba rabia contenida, lo cual no pasó desapercibido para Alberto.
  • Te escucho- se apresuró a decirle, animándola a continuar el camino hacia la playa.
  • Cuando consigues una estabilidad, cuando finalmencte ves que tus sueños sí tienen posibilidades, te cuesta mirar a derecha e izquierda, si ello te lleva a contemplar algo que no te gusta, sigues en línea recta. Es humano, lo sé, pero no hay humanidad en ello.
  • Te sigo. Tu vida no va a dejar de ser lo que era por ayudar al de al lado, si puedes.
  • Efectivamente, incluso puede llegar a ser mejor. Pero no en este caso.
  • ¿Ana, en qué o con quién te has metido?- Alberto interrumpió el paseo y comenzó a analizarla con mirada inquisitiva.
  • Últimamente el tema favorito de mi madre es la inutilidad de la palabra «se la lleva el viento», «todos opinan, nadie actúa»… Esas son sus frases favoritas- recordó sin poder evitar sonreír. Pero enfado e indignación se instauraron nuevamente en su rostro- Yo decidí actuar, afiliarme a un partido y dar mi opinión- tras un frustrante suspiro continuó- No gustó, te lo puedo asegurar. ¿Qué clase de políticos gobiernan hoy en día? Ellos mismos se están cargando el sistema, exprimen al ciudadano de a pié hasta límites insostenibles. Lo que más me enerva es que saben lo que procede hacer, pero no les interesa hacerlo. Llegan al Congreso y al Senado gracias a favores de terceros y una vez dentro lo que prima es quedar bien con esos terceros aunque para ello tengan que pisar al ujier de la sala, al autónomo que sube cada día la trapa de su negocio con la esperanza de llegar a fin de mes…- Ana había perdido la serenidad conseguida durante el paseo, por ello Alberto entendió la necesidad de cambiar el tono de la conversación; por más que lo cautivara la pasión con que su acompañante se expresaba, era tiempo de calmar sus ánimos.
  • Ana, no soy tu médico, pero ahora mismo te voy a prescribir un antídoto- su tono de voz era enérgicamente sereno- Di lo que tengas que decir en esas reuniones, hazles ver tus razonamientos, pero no pretendas conseguir resultados inmediatos ni lleves al terreno personal sus reacciones, dales tiempo. – Alberto la tomó por los hombros y mirándola a los ojos le ordenó- Ahora desconecta, disfruta un poco de la noche.
  • Has empezado tú, te avisé- puntualizó, señalándolo con un dedo acusador y los ojos achinados.
  • Sí, pero ya fue suficiente desahogo por hoy. Ahora respira, todo volverá a su cauce normal. Esperemos que no se demore demasiado, el tema es preocupante, cierto, empieza a afectar a todos los sectores, cierto también. Pero, como bien has dicho hay una salida, solo es una grieta pero se ensanchará, puedes estar segura. Ahora bien, has de seguir con tu vida, es loable que quieras aportar tu granito de arena, sin embargo estás dejando que tu vida se centre en ese granito y eso no es bueno.

Ana contempló cómo la luna se reflejaba en el agua con sus destellos plateados mientras lo que decía Alberto se iba filtrando poco a poco en su cabeza. Ella misma llevaba una semana repitiéndose lo mismo, pero su necesidad de ser escuchada, de analizar los por qués, era superior a ese razonamiento.

Haciendo a un lado su último mes, decidió volver al instante presente. Ahí estaba su acompañante, el incondicional de su hermano, un enigma para ella nada indiferente … Esa mata de pelo negro azabahce agitada por la brisa, esos ojos azul grisáceo que la miraban de manera inquisitiva, profunda. En un acto reflejo Ana subió su mano, la llevó hacia él y tocó el mechón que se empeñaba en ocultar uno de sus preciosos ojos. Dios, como la atraía, polos opuestos que necesitaban estar juntos – ¿Antídoto? Tú eres el mejor antídoto. ¿A qué sabrá esa boca? Bésame -El yo diablesco de Ana estaba activo nuevamente.

El corazón de Alberto se paralizó tan pronto Ana rozó su frente. Ya no existían Fran, Luci, playa o montaña, solo ellos dos y la brisa que los envolvía convirtiéndolos en uno. Al instante algo hizo clic en su inteiror y, sin pensarlo, asaltó esa boca que pedía a gritos ser besada, su sabor era… era agridulce, como el temperamento de Ana, fuerte cuando creía en algo, meticuloso templado cuando buscaba por qués, todo eso se reflejaba en su forma de besar. Quería abrazarla, llevarla con él a un punto sin retorno, sentir su cuerpo, recorrerlo hasta transportarla a un mundo lleno de luz, de sol, su sol, el que le permitía recargar pilas, el que siempre conseguía hacer de él una persona optimista; un mundo de calor, ese calor que surge cuando las personas conviven en paz y armonía, cuando hay amor y comprensión. Pero también un mundo lleno de energía, la que brota cuando dos seres, que todo lo comparten, tienen puntos de vista diferentes sobre la vida y los defienden con uñas y dientes hasta que uno de los dos se da por vencido, o hasta que llegan al punto de intersección entre dichas posturas, esa energía que brota cuando llega el momento de hacer las paces, de brindar por lo conseguido. Porque ese mundo no sería perfecto sin alguna que otra confrontación, pensó divertido, sí, toda discusión bien llevaba tenía un punto excitante, en doble sentido, pues no hemos de olvidar que el sexo después de una acalorada discusión es la leche.

La mano derecha de Al masajeaba el cuello de Ana justo en ese punto tan sensible y con la izquierda en su cintura la mantenía pegada a su cuerpo. Podía notar como vibraba el cuerpo de ella y como el suyo pedía más, aquí y ahora. La soledad de la playa, a esas horas, lo invitó a divagar. Empezaría mordiendo esos deliciosos hombros mientras masajeaba su espalda, el costado y bajaba hasta sus nalgas para ceñirla a su cuerpo haciéndola sentir su propia excitación. Lentamente se desharía de la barrera formada por sus camisetas, la cogería en brazos y la tumbaría en la arena a los pies del mirador, recorrería sus piernas hasta saciarse de ellas y luego, desprendiéndose de todo lo demás con el sonido de la noche como música de fondo, la soborearía poco a poco.

Ana fue la primera en romper la conexión. Qué había pasado, eran tan distintos, ella tan complicada y él tan resuelto, ella tan vital y él tan sereno…

Sí, vale, todo lo que tú quieras corazón, pero te lo estabas comiendo con los ojos… y te gustó- que si me gustó, respondió Ana a su propio pensamiento, ahora mismo no sé ni cómo me siento- Habla, dile algo ¡y Dios!, no precisamente sobre el come cocos que te traes en la cabeza.

  • Muy efectiva su maniobra de distracción, Doctor Caballero- se pronunció Ana con voz entrecortada, manteniendo sus manos hundidas en el cabello de Al.
  • Se hace lo que se puede, señorita Moreno. Y la verdad es que me ha gustado, me ha gustado mucho- declaró con su innata voz profunda. Con un movimiento rápido enmarcó la cara de Ana con sus manos y le robó un segundo beso- Volvamos al hotel, el día ha sido largo y quiero una cita contigo mañana a las ocho, antes de que los dos gandules que nos acompañan amanezcan.
  • Alberto, no sé si será buena idea- Ana se sintió insegura, sus relaciones a este nivel nunca habían llegada a buen puerto y menos la última; aquel capullo asqueroso hizo que se sintiera como un microbio, la había anulado como persona.

Pero Dios, tenía que reconocer que nunca había sentido nada igual. Cuando Alberto la besó se lo hubiese comido allí mismo, en ese momento no existía nada más, solo pasión, necesidad de tomar lo que tenía entre sus manos.

  • Sin discusión…- Alberto se puso serio- Ana, quiero entender lo que está pasando aquí- la rodeó con sus brazos, sus cuerpos se acoplaban perfectamente, y con una sonrisa de lo más sensual dijo- siempre me has atraído, hay algo en tí que me llama, ya va siendo hora de saber lo que es. Te espero en recepción, desayunamos y luego nos vamos a explorar… la costa- señaló en tono imperativo.
  • Alberto- Ana se pasó las manos por su melena y con una sonrisa nerviosa dijo- ¿Siempre eres tan impetuoso?, parece que no me queda otra que contestar: a sus órdenes amo, y no me gusta cómo suena.
  • Señorita, no me impongo- respodió de lo más seductor. Rodeándola con sus bazos la atrajo de nuevo- Pero tampoco me ando con rodeos, cuando veo algo que quiero me lanzo a por ello- sus ojos la miraban de forma tan intensa que Ana sentía como si la estuviese escaneando.
  • ¡Vale doctor!- aceptó en tono de guasa y, soltando un fuerte suspiro, confesó- A mí tambien me gusta lo que veo. Pero también me gusta el chocolate y no por ello lo ataco en cuanto lo veo- dicho lo cual, le guiñó un ojo e hizo ademán de soltarse.
  • No te escapes. Me encanta esa boca- la besó como si quisiera devorarla- Me gusta tu genio- le mordió el labio inferior- Y te quiero conmigo mañana para desayunar- esto último lo dijo con firmeza, pero en un susurro que penetró en Ana hasta hacerla estremecer.
  • ¿No hay alternativa?- concluyó aparentando resigación, al tiempo que su interior sonreía como una niña de quince años.
  • Ummm Ummm- negó Alberto.
  • Tú ganas- Ana no pudo evitar reírse ante esto último.

Ya instalada en la soledad de la habitación, Luci seguía de copas con Fran, Ana no pudo evitar que su mente analítica volviera al ataque.

  • No deberías haber aceptado, ya tienes bastantes complicaciones como para sumarle una más, Ana… cuándo aprenderás.
  • ¡Vaya por Dios!, ya está santa Ana dándole vueltas a ese cerebro suyo.
  • ¡Oh no! esa voz otra vez ¿Qué he de hacer para que me dejes en paz?.
  • ¡Lo llevas claro!. Tan solo soy tu otro yo, el diablesco, al cual llevas mucho tiempo sin hacer caso y el cual considera que ya va siendo hora de que se lo hagas.
  • No necesito ningún Pepito Grillo, sé lo que quiero y a donde voy.
  • ¡Ja, si eso fuera cierto no estaría yo aquí! Quizá si dejaras de pensar por un momento que lo tienes todo tan claro, y dejarás un poco de espacio en nuestra vida a lo inesperado, no me hubiese despertado ¡Te aseguro que estaba muy a gusto tumbada en mi sofá leyendo un libro tras otro!
  • ¡Pues vuelve a ello! ¿Quién te ha llamado? Yo no
  • Deja de quejarte señorita sabionda y a dormir, mañana nos espera un día interesante.

El paseo matutino fue… interesante, sí. A pesar de la diferencia de carácter (impulsiva vitalidad frente a metódica serenidad), tenían muchas cosas en común desde los gustos musicales hasta la forma de evadirse, pero sin embargo era muy distintos en el modo de resolver los problemas. Ana lo meditaba, los desmenuzaba, siempre tenía que existir un por qué y no se detenía hasta dar con él, Alberto sin embargo veía claros los motivos y buscaba prácticas soluciones ayudado por la lógica (por muchas vueltas que le diera dos más dos siempre sumaban cuatro y eso era incuestionable).

Antes de encontrarse con el resto del grupo, Alberto decidió que era momento de dejar las cosas más o menos claras entre ellos; al menos por su parte, sabía que a Ana le costaría embarcarse en una relación. Envuelto en su carácter resolutorio, se paró delante de ella, de modo que no pudiese dar un paso más, la tomó por los hombros y clavando su mirada en aquellos ojos de mirada tan intensa dijo:

  • Ana, llevo tiempo sospechando que pondríamos funcionar como pareja, y estos dos días, en los cuales finalmente he conseguido estar a solas contigo- remarcó- solo han servido para confirmar mis sospechas…
  • No sigas- Ana puso su mano sobre la boca de Alberto, la cual fue atrapada por este en cuestión de segundos.
  • Calla y escucha. Déjame intentarlo, danos una oportunidad…
  • No…, no tengo interés en implicarme en una relación ahora mismo- afirmó rotunda, al tiempo que se giraba para no seguir atrapada en esa mirada intensa cómo el acéano.
  • ¡Qué, qué! . ¿Qué has dicho?, No me lo puedo creer. ¡Serás cabezota!, sabes que tiene razón. No todos los machos son alfa, pero si es… está para comérselo, se te está poniendo a huevo y tú dices NO AJJ
  • ¿Qué necesitas, espacio? Lo tendrás- Al volvió a ponerse frente a ella y, tomándola por la cintura, para evitar perder nuevamente el contacto visual, prosiguió- No voy a admitir un no tan fácilmente. Tú no quieres implicarte, pues yo me implicaré por ambos- había tomado una decisión y se mantendría firme en ella; eso fue lo que vio Ana en su mirada y le respondió fulminandolo con la suya.
  • ¡Y luego soy yo la cabezota!- Joder, este tío entra a saco. Pasar de conocidos a algo más, puede, pero pensar a la de ya en una relación, no, no quiero, no puedo- No entiendes español- la estaba sacando de sus casillas- ¿Lo quieres en inglés, chino, mandarín…- la reacción de Ana no lo molestó en absoluto, de hecho la sonrisa se fue ensanchando en su rostro. Pasando suavemente el pulgar por su mejilla, Al silenció a Ana y prosiguió.
  • No es cabezonería, lucho por lo que considero importante y, créeme, tú lo eres peque.
  • ¿Cómo puedes estar tan seguro?- la dejó perpleja- Atracción… vale sí no te niego que me atraes y mucho, desde hace tiempo, pero eso es todo , se acabó- Había tomado una decisión y con firmeza se lo hizo saber- No considero que sea motivo suficiente para comenzar una relación.
  • Escúchate- Alberto se mantenía impasible ante el enojo de Ana; su postura era firme y sabía que perdiendo los nervios no iba a conseguir mejores resultados.- Aférrate a esa atracción y déjame entrar en tu vida- Al soltó un suspiro de frustación- Arriesga un poco Ana y… confía en mí, confía en esto, tú y yo- Ana se desprendió de las manos de Alberto y se apartó.
  • Aunque , cómo dices, me arriesgará… sigue siendo complicado. Tú en Coruña, yo en León- el enojo de Ana comenzaba a mitigarse, dando paso a un razonamiento muy lógico- No tiene sentido. Dejémoslo así. Este fin de semana era lo que necesitaba y he encontrado más de lo que esperaba. Me has hecho olvidar por momentos el come cocos que traigo encima desde hace un mes ¡Y créeme, no es tan fácil que eso suceda!- Ana gesticulaba mientaras reconcía, ante Al, más de lo que tenía pensado reconocerse a sí misma. En cuestión de segundos sus manos enmarcaban la cara de su acompañante y de su boca se escapó- Es más, estaré encantada de volver a verte- ¿He dico yo eso? pensó alarmada- Pero una relación no, Alberto, ahora mismo no- el susodicho suspiró, se cruzó de brazos y acto seguido dijo
  • De momento no insistiré más, voy a respetar tu opinión, pero esto no se va a quedar así- esto último lo matizó con una sonrisa, y un guiño bautizado con un beso de los que a Ana le hacían olvidar… Acto seguido, se encaminaron hacia la playa donde Fran y Luci los estaban esperando- Te llamaré, no lo dudes…, a lo mejor más veces de las que puedas soprtar- se encogió de hombros y acarició su nariz- ¿Me cogerás el teléfono?
  • ¡Y que tendrá que ver el tocino con la velocidad!- contestó en tono distendido, sin poder evitar cierto regocijo interno por la insistencia de Alberto en comenzar una relación- Por supuesto que responderé a tu llamada. Umm salvo que este reunida y… tengo muchas reuniones- puntualizó, sin poder evitar reírse cuando Al le regaló una mirada reprovadora- Ahora me gustaría disfrutar un poco de la compañía de mi hermano.

Alberto posó su mano en la cintura de Ana, le robó un último beso saboreando el cómo esa mujer le hacía hervir la sangre y, cómo no, reconociendo que lo sacaba de quicio más que cualquier otra. Y, ¡por todos los santos!… ese hecho lo hacía sentirse más vivo que nunca.

  • Muchas reuniones, muchas reuniones- sopesó, más que reprochar. Y regalándole una sonrisa, al tiempo que comenzaba a urdir un plan de conquista, la invitó a retomar el camino hacia la playa- Anda vamos, no sé por qué te haces tanto de rogar. Estás deseando volver a verme tanto cómo yo a tí.
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Publicado por Solenoviembre

Pincel, brocha, lienzo, pared... Lápiz, pluma, teclado... Compañeros de viaje que me permiten hallar la musicalidad del día. No agotes tu amanecer atrapado en el gris, ve en busca de tu paleta de color.

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